«El que tenga oídos, oiga lo que el Espíritu dice a las iglesias» (Ap. 2,7).


«No se trata de recoger opiniones», ni de «una encuesta, sino de escuchar al Espíritu Santo»: lo subrayó el Obispo de Roma al reunirse en el Aula Pablo VI con los fieles de su diócesis, el pasado día 18 de septiembre. El encuentro tuvo lugar pocos días antes del inicio del «proceso sinodal» —«un camino en el que toda la Iglesia está comprometida», explicó— dividido en «tres fases, que se desarrollarán entre octubre de 2021 y octubre de 2023».

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

Como sabéis —no es una novedad— está a punto de comenzar un proceso sinodal, un camino en el que toda la Iglesia está comprometida en torno al tema: «Por una Iglesia sinodal: comunión, participación, misión», tres pilares. Están previstas tres fases, que se desarrollarán entre octubre de 2021 y octubre de 2023. Este itinerario ha sido concebido como un dinamismo de escucha mutua, quiero subrayarlo: un dinamismo de escucha mutua, llevado a cabo en todos los niveles de la Iglesia, implicando a todo el pueblo de Dios. El cardenal vicario y los obispos auxiliares deben escucharse entre sí, los sacerdotes deben escucharse entre sí, los religiosos deben escucharse entre sí, los laicos deben escucharse entre sí. Y luego, inter-escucharse entre todos. Escucharse entre sí; hablarse entre sí y escucharse entre sí. No se trata de recoger opiniones, no. Esta no es una encuesta; se trata de escuchar al Espíritu Santo, como encontramos en el libro del Apocalipsis: «El que tenga oídos, oiga lo que el Espíritu dice a las iglesias» (2,7). Tener oídos, escuchar, es el primer compromiso. Se trata de escuchar la voz de Dios, de captar su presencia, de interceptar su paso y su soplo de vida. Al profeta Elías le ocurrió descubrir que Dios es siempre un Dios de sorpresas, incluso en la forma en que pasa y se hace oír:

«Hubo un huracán tan violento que hendía las montañas y quebrantaba las rocas (…) pero no estaba Yahveh en el huracán. Después del huracán, un temblor de tierra; pero no estaba Yahveh en el temblor. Después del temblor, fuego, pero no estaba Yahveh en el fuego. Después del fuego, el susurro de una brisa suave. Al oírlo Elías, cubrió su rostro con el manto» (1 Reyes 19, 11-13).

El protagonista ya no es el Papa, el Cardenal Vicario, los Obispos Auxiliares; no, todos somos protagonistas, y nadie puede ser considerado un mero extra.

Papa francisco

Así es como Dios nos habla. Y es para esta “suave brisa” —que los exegetas también traducen como “»una sutil voz de silencio” y algunos otros como “un hilo de silencio sonoro”— que debemos preparar nuestros oídos para escuchar esta brisa de Dios.

La primera etapa del proceso (octubre de 2021 – abril de 2022) es la que concierne a las Iglesias diocesanas individuales. Y por eso estoy aquí, como vuestro obispo, para compartir, porque es muy importante que la diócesis de Roma se comprometa con convicción en este camino. Sería bochornoso que la diócesis del Papa no se comprometiese en ello ¿no? Bochornoso para el Papa y también para vosotros

El tema de la sinodalidad no es el capítulo de un tratado de eclesiología, y menos aún una moda, un eslogan o el nuevo término a utilizar o manipular en nuestras reuniones. ¡No! La sinodalidad expresa la naturaleza de la Iglesia, su forma, su estilo, su misión. Y así hablamos de Iglesia sinodal, evitando, sin embargo, considerarlo como un título entre otros, una forma de pensarla con alternativas. No lo digo en base a una opinión teológica, ni siquiera como pensamiento personal, sino siguiendo lo que podemos considerar el primer y más importante “manual” de eclesiología, que es el libro de los Hechos de los Apóstoles.

La palabra “sínodo” contiene todo lo que necesitamos entender: “caminar juntos”. El libro de los Hechos es la historia de un camino que comienza en Jerusalén y, a través de Samaria y Judea, continuando en las regiones de Siria y Asia Menor y luego en Grecia, termina en Roma. Este camino cuenta la historia en la que caminan juntas la Palabra de Dios y las personas que dirigen su atención y su fe a esa Palabra. La Palabra de Dios camina con nosotros. Todos son protagonistas, nadie puede ser considerado un mero figurante. Hay que entenderlo bien: todos son protagonistas.

El protagonista ya no es el Papa, el Cardenal Vicario, los Obispos Auxiliares; no, todos somos protagonistas, y nadie puede ser considerado un mero extra. Los ministerios, entonces, todavía se consideraban auténticos servicios. Y la autoridad surgía de escuchar la voz de Dios y del pueblo, ¡nunca hay que separarlos!, que mantenía a los que la recibían «abajo». El «abajo» de la vida, al que había que prestar el servicio de la caridad y de la fe. Pero esa historia no sólo se mueve por los lugares geográficos que atraviesa. Expresa una continua inquietud interior, esta es una palabra clave la inquietud interior. Si un cristiano no siente esta inquietud interior, si no la vive, le falta algo; y esta inquietud interior nace de la propia fe e invita a plantearse qué es lo mejor que se puede hacer, qué se debe mantener o cambiar. Esa historia nos enseña que quedarse quieto no puede ser una buena condición para la Iglesia (cf. Evangelii gaudium, 23). Y el movimiento es consecuencia de la docilidad al Espíritu Santo, que es el director de esta historia en la que todos son protagonistas inquietos, nunca quietos.

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