LA GLORIA DE COCINAR
Si lo pensamos, podemos darnos cuenta de que, como humanidad, gastamos una enorme cantidad de energía buscando gestar un mundo mejor, en diversos ámbitos.

Sin embargo, a pesar de los enormes esfuerzo, de la gran cantidad de recursos, de la planificación, de los sistemas de pensamiento involucrados, de los movimientos sociales que se movilizan, los resultados que se logran suelen ser escasos.
Más aún, la brega por producir cambios, en lugar de ser corrientes de expansión de la dinámica del bien, demasiado frecuentemente se transforma en una confabulación de intereses de poder, de competencia por la ampliación de zonas de influencia y multiplicación de modos de obtener grandes ganancias monetarias. Crece la sombría impresión de que son pocos los esfuerzos fructíferos y menos los movimientos limpios, decentes y genuinos.
No obstante, el mundo sigue caminando gracias a una energía discreta y sobria, que es el verdadero secreto del movimiento de la historia. El evangelio de hoy es una maravillosa enseñanza al respecto. Cuenta el momento en que Jesús resucitado, se aparece por tercera vez a sus discípulos. Ellos han vuelto a su antiguo oficio de pescar en el mar de Galilea y, después de una frustrante noche de mar, lo encuentran esperándolos en la orilla, donde ha cocinado pescado a las brasas, y los invita a comer.
En la espiritualidad budista se cuenta una historia que va en la misma línea. Se acerca el discípulo a su maestro y le pregunta: “¿Qué puedo hacer para alcanzar la iluminación?” El maestro le pregunta: “¿Ya desayunó?”. “Si, maestro”, responde el discípulo. “Entonces, vaya y lave su escudilla”, le indica el maestro.
Es una revelación maravillosa, una buena noticia y un consuelo, ver a Jesús expresar toda la gloria de su resurrección, cocinando pescado a orillas del mar donde todo comenzó, y comerlo con sus amigos. Nos hace comprender que gestar un gran movimiento de cambio no se trata tanto de qué hacemos, si no de la fidelidad con que desgranamos los sencillos gestos cotidianos; no se trata tanto de la importancia de lo que hacemos, si no de la magnitud de la devoción del corazón; no se trata tanto de la exitosa eficacia que logramos, si no de la raíz de significado e identidad de la que proviene lo que hacemos. No se trata, en definitiva, de cuánto lo que hacemos nos acerca al sueño de un mundo mejor, si no de cuánto nos permite seguir, fielmente, soñando el sueño.
Bendito sea Jesús que ha resucitado para refrescar los gestos cotidianos – sencillos y honestos – con que amamos, trabajamos, reímos, bailamos y soñamos con un mundo mejor. ¡Amén!
Ana María Díaz, Ñuñoa, 01 de mayo 2022
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