El lenguaje de las profecías (a propósito de la guerra en Ucrania)


Irving Gatell 03 de marzo de 2022

Pocas veces nos detenemos a pensar que el lenguaje es un reflejo directo de nuestra percepción de la realidad, y de nuestra capacidad de elaborar ideas. Y supongo que menos veces se nos ocurre pensar que el estudio de la profecía bíblica nos obliga a tomar en cuenta esta importante idea. De lo contrario, corremos el riesgo de terminar diciendo disparates.

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En estos días me han preguntado muchas veces si la actual guerra entre Rusia y Ucrania (es un decir; en realidad, se trata de una invasión artera por parte de Rusia) está profetizada en la Biblia y si juega algún tipo de papel en un hipotético “fin del mundo”.

Mi respuesta es que decir “sí” o “no” depende de qué entendamos por “profecía”. Por decirlo de modo sucinto y rápido, sería un error decir que la Biblia predijo esta confrontación; pero también sería un error decir que la Biblia no habla de esta confrontación.

Me explico.

No hay que confundir “profecía” con “predicción”. Son dos cosas completamente distintas que, por lo mismo, tienen objetivos completamente distintos. La predicción es el mero anuncio de lo que ocurrirá en el futuro, y en estricto, no es muy distinto si surge de la barroca imaginación de un visionario, de la lectura de runas vikingas, de una tirada de Tarot, o de una visita con tu gitana favorita.

La profecía es algo mucho más complejo que eso. Es, en esencia, crítica social.

Lo puedes corroborar en los libros de los profetas (Isaías, Jeremías, Ezequiel, Oseas, Joel, Amós, Ovadia, Yoná, Miqueas, Najum, Habakuk, Zefania, Hageo, Zejaria y Malaji; recuerda que en el canon hebreo, Daniel y Lamentaciones no son parte de la sección de profetas). Ahí está muy claro que los autores no son personas interesadas en simplemente anunciar lo que va a suceder en el futuro, sino en entender las causas de los juicios de Dios. Porque sus anuncios a futuro son eso: juicios de Dios. En muchos sentidos, son libros profundamente oscuros o pesimistas, ya que nos confrontan con panoramas a veces desoladores, a ratos simplemente difíciles.

Y lo hacen por una razón muy concreta: quieren entender qué es lo que está fallando en el ser humano y, de ser posible, cuál es el modo de corregirlo.

Acaso el texto que mejor lo retrata es el que parecería más banal de todos: Yoná (Jonás). Es el único profeta claramente reconocido como profeta, que hace una predicción (Nínive será destruida en cuarenta días) que no se cumple. Y no por ello deja de ser profeta, ni su libro deja de ser profético.

En el libro de Yoná todo parece girar en torno a lo ridículo. Su conducta es ridícula (desde su decisión de irse a Tarsis, hasta su berrinche infantil por la calabacera seca), su suerte es ridícula (eso de viajar en el vientre de un gran pez no es cualquier cosa), y su imagen pública se vuelve ridícula (mira que anunciar la fecha del fin del mundo y fallar catastróficamente).

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