Los tres hilos de la «Dei Verbum»
12 ottobre 2022. di GIANFRANCO RAVASI.
Es difícil resistirse al recuerdo autobiográfico: llegué a Roma, aún no cumplidos los veinte años, para comenzar mis estudios de Teología en la tarde del 11 de octubre de 1962. Por eso estuve presente también esa noche en la inmensa multitud que, en la Piazza San Peter , escuché el ya famoso «sermón de la luna» de san Juan xxiii, así como yo estaba entre los que, tres años después, el 8 de diciembre de 1965, asistieron a la clausura solemne de la asamblea conciliar con san Pablo VI, por no hablar entonces de las diversas veces en que -por autorización de un obispo- había participado como espectador en algunas sesiones en San Pedro, siguiendo las intervenciones de los padres conciliares. El Concilio Vaticano II, sin embargo, no está entrelazado con mi vida solo por razones biográficas. Es así por un hecho más radical que comparten también todos aquellos que nunca pisaron Roma en aquellos años, pero que fueron «contaminados» beneficamente por aquel acontecimiento, como lo fue toda la Iglesia en las décadas siguientes.

11 ottobre 1962: Sessant’anni fa l’apertura del Concilio Ecumenico Vaticano II
Desde el anuncio de la convocatoria por parte de San Juan XXIII el 25 de enero de 1959 en la basílica de San Pablo, y luego a lo largo del Concilio y de los sesenta años que tenemos a nuestras espaldas, se respira y se vive, en efecto, un ambiente intenso y único, una emoción que paradójicamente hizo mirar a la Iglesia en dos direcciones antagónicas pero complementarias. Por un lado, en efecto, nos proyectábamos hacia el mundo en evolución y, por tanto, hacia horizontes futuros, haciendo resonar aquella palabra entonces un tanto apasionante de «actualizar». Por otro lado, querían liberar el corazón palpitante del Evangelio, la vitalidad de los orígenes cristianos, la profunda matriz doctrinal eclesial del manto un tanto polvoriento de una historia secular, haciendo así una especie de mirada retrospectiva.
Precisamente por este último aspecto, algunos padres considerados «progresistas» respondieron a sus compañeros objetores que ellos mismos eran los verdaderos observadores, los «conservadores» del genuino espíritu radical de la Tradición, mientras que los opositores acabaron por revelarse como novatores, apoyando tesis posteriores y prácticas El clima de redescubrimiento de las fuentes cristianas como auténtica «novedad» se vivió entonces de manera fuerte, a veces incluso frenética: esto explica también cierta degeneración posterior y el paralelo relajamiento de esa tensión espiritual. Sin embargo, creo que esta herencia de carácter general nunca se ha extinguido por completo, tanto que aún hoy el adjetivo «conciliar» suscita siempre un latido, una vibración, un choque interior, una llamada a vivir más eficazmente el cristianismo.
Primer hilo
Pues bien, un hilo que se desenreda no sólo en todos los documentos conciliares, sino que se ha convertido en un rayo solar que ha iluminado a toda la Iglesia hasta nuestros días, ha sido el de la Constitución de la Palabra de Dios llamada significativamente Dei Verbum. Inicialmente se planteó la hipótesis de un título más reductivo, De Sacra Scriptura, que se refería exclusivamente a la Biblia. Luego, sin embargo, se notó el hecho de que la palabra de Dios precede y excede a la Sagrada Escritura: esta última, de hecho, es el testimonio objetivo de la Revelación de Dios que, sin embargo, ya resuena en la creación y en la historia y que se derrama a través del Espíritu Santo iluminando la Escritura en la Tradición, en la que se cumple lo que San Gregorio Magno declaró en una de sus homilías sobre Ezequiel: Scriptura cum legente crescit, «La Escritura crece con quien la lee». He aquí, pues, el título final: De divina Revelatione.
No en vano, deseando devolver la Palabra de Dios al centro vital de la Iglesia décadas después de aquel documento conciliar, Benedicto XVI, como sello del Sínodo de 2008, colocó la fórmula Verbum Domini como palabras de apertura de su discurso postsinodal exhortación apostólica. La palabra divina, en efecto, con el Concilio brilló vivamente en la liturgia, en la catequesis, en la espiritualidad (¡lectio divina!), en la pastoral, en la teología, en la cultura. Respecto a esto último, recuerdo en aquellos años la ardua transición que habían tenido que hacer los profesores de la Universidad Gregoriana, haciendo sus cursos cada vez más modelados sobre la Biblia como fuente, superando el uso según el cual era la reflexión especulativa que convocaba. los pasajes bíblicos en apoyo de las tesis ya elaboradas. Una inversión metodológica que ya es normal en los tratados teológicos pero que en su momento pareció una revolución, aunque no fuera más que una vuelta a los orígenes. Los Padres de la Iglesia, de hecho, como muchos han señalado, no hablaron (ni escribieron) de la Biblia, sino que hablaron la Biblia.
Impresionante es la bibliografía que exploró el contenido de la Dei Verbum, aprobada por la asamblea conciliar el 18 de noviembre de 1965 con 2.350 votantes y sólo 6 votos en contra y sellada por San Pablo VI. Evocaremos ahora de manera alusiva una triada de hilos temáticos, por otra parte conocidos y explorados extensamente. El primer hilo es el de la conexión entre Escritura y Tradición, expresado en los capítulos I y II a través de la fórmula latina Verbum Dei scriptum vel traditum. Demos voz al propio concilio: “La Sagrada Tradición y la Sagrada Escritura están íntimamente ligadas y se comunican entre sí. Dado que ambas brotan de la misma fuente divina, forman en cierto modo un todo y tienden hacia el mismo fin»(n. 9).
Las Escrituras son, por tanto, la Palabra de Dios fundamental y radical, pero no toda la Palabra de Dios, cristalizan esa Palabra en la escritura pero no como un depósito inerte, sino como una potencia de vida que se prolonga en la Palabra divina transmitida en la Iglesia, precisamente la Verbum traditum, que es la Tradición iluminada por el «Espíritu de la verdad» prometido por Jesucristo. El magisterio eclesial «no es superior a la Palabra de Dios, sino que la sirve, enseñando lo que le ha sido transmitido», sostenido por el Espíritu Santo. En resumen, Escritura, Tradición y Magisterio están interrelacionados en un vínculo vivo y en una única finalidad salvífica.
Segundo hilo
El segundo hilo temático, desarrollado del tercer al quinto capítulo, une dos pilares de la Teología de la Palabra de Dios que han suscitado una variada multiplicidad de reflexiones a lo largo de los siglos: la inspiración y la hermenéutica o interpretación. La complejidad de los temas nos permite sugerir sólo un punto esencial. Por un lado, contra toda tentación de simplificación se reafirma que la coexistencia del autor divino y humano revela la calidad auténtica de la inspiración análoga a la Encarnación. Se trata de una Palabra suprema y trascendente que se manifiesta en palabras concretas e históricas.
Por otra parte, precisamente por esta duplicidad armónica, la interpretación conveniente de la Palabra debe tener en cuenta instrumentos tanto teológicos como histórico-críticos (por ejemplo, los géneros literarios) que exorcizan toda literalidad fundamentalista, pero también toda aplicación libre y vaga. Surge así la «verdad» positiva que la Palabra de Dios quiere ofrecer, huyendo de la terminología del pasado negativo que hablaba de «inerrancia». Así se afirma que «los libros de la Escritura enseñan con certeza, fielmente y sin error la verdad, que Dios para nuestra salvación la quiso entregar en las Sacre Lettere» (n. 11).
Comunicado importante para extinguir el conflicto entre la fe y la ciencia y cualquier «caso Galileo». Acertadamente escribió al abad benedictino pisano Benedetto Castelli que «la autoridad del Espíritu Santo estaba destinada a persuadir a los hombres de aquellas verdades que, siendo necesarias para nuestra salvación y superando todo discurso humano, no podrían ser reveladas por ninguna otra ciencia u otro medio». conocido si no por boca del mismo Espíritu Santo». Es lo que ya había intuido San Agustín cuando afirmaba que “no leemos en el Evangelio que Jesús ha dicho: Os enviaré el Paráclito que os enseñará cómo van el sol y la luna. Quería formar cristianos, no matemáticos». La Palabra de Dios proclama la verdad salvadora y no la verdad científica.
Tercer hilo
Finalmente, el tercer hilo se desarrolla en el capítulo VI y entrelaza la Biblia y la vida, especialmente en el contexto de la existencia creyente. En efecto, «para los hijos de la Iglesia, la Palabra de Dios debe ser solidez de fe, alimento del alma, fuente pura y perenne de vida espiritual» (n. 21). En este sentido, entre las diversas orientaciones pastorales que ofrece la Dei Verbum, destacamos el llamado al estudio y a la lectura de la Biblia para que sea el alma de la predicación pastoral, de la catequesis, de la homilía litúrgica, de la teología y de la oración, para que «pueda desarrollarse un diálogo entre Dios y el hombre”.
Esta consideración nos lleva espontáneamente a una reflexión conclusiva que encomendamos a una curiosa escena y a dos personajes. Vladimir: «¿Alguna vez has leído la Biblia?» Estragón: «¿La Biblia?… Debo haberle echado un vistazo». Las bromas que intercambian los dos vagabundos protagonistas del célebre drama “Esperando a Godot» (1952) de Samuel Beckett expresan una actitud común a muchos: hay que echar un vistazo a este texto tan aclamado pero, como ocurre con los clásicos, poco leído. Incluso para los católicos, en la era pre conciliar, el poeta francés Paul Claudel no dudó en decir irónicamente que tienen un gran respeto por la Biblia y demuestran este respeto alejándose de ella lo más posible.
Hay que reconocer que el Concilio Vaticano II hizo que esta distancia se acortara y que la comunidad eclesial recuperara la Sagrada Escritura en la vida de la Iglesia. En efecto, cada vez más, incluso en el contexto «laico», se reconoce la necesidad de tener en nuestras manos este «gran código» de la cultura occidental para poder descifrar y admirar las más altas producciones en el campo de la las artes e incluso en ciertos aspectos de nuestra vida cotidiana, por no hablar del impacto que la Sagrada Escritura ha tenido en el horizonte del ethos y de la ética común (basta pensar en la importancia del Decálogo).
GIANFRANCO RAVASI
Ciertamente, el mensaje del Evangelio es único en todos los tiempos, es el mismo ayer, hoy y siempre, como dice la Carta a los Hebreos de Cristo (13, 8). Sin embargo, debe encarnarse continuamente en las cambiantes coordenadas históricas en las que estamos injertados. Esta «contemporaneidad» permanente de Cristo y de su Palabra es la gran advertencia constante del Concilio Vaticano II. Un poco como dijo el filósofo danés del siglo XIX Soeren Kierkegaard: «La única relación que uno puede tener con Cristo es la contemporaneidad. Relacionarse con un difunto es una relación estética: su vida ha perdido el aguijón, no juzga mi vida, sólo me permite admirarlo». El Viviente, en cambio, como Cristo resucitado, «me obliga a juzgar mi vida en un sentido definitivo». Y esto es lo que el Concilio Vaticano II reafirmó con pasión y convicción a toda la Iglesia por toda la Sagrada Escritura y por la Tradición precisamente a través de la Dei Verbum.
En esta línea y en ese espíritu ecuménico que ha sido esencialmente revitalizado por el documento conciliar, dejamos la última palabra a un fuerte y sugerente llamamiento del pastor Dietrich Bonhoeffer, testigo de fe y de amor por la Palabra divina hasta la meta extrema del martirio bajo la infamia nazi: «Callemos antes de escuchar la Palabra para que nuestro pensamiento se dirija a la Palabra. Guardemos silencio después de escuchar la Palabra porque todavía nos habla, vive y habita en nosotros. Estamos tranquilos temprano en la mañana porque Dios debe tener la primera Palabra. Guardemos silencio antes de acostarnos porque la última Palabra es de Dios. Guardemos silencio sólo por amor a la Palabra”.
11 ottobre 1962: Sessant’anni fa l’apertura del Concilio Ecumenico Vaticano II
di GIANFRANCO RAVASI
Un comentario en “Los tres hilos de la «Dei Verbum»”
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Descubrir a un Jesús vivo y cercano es la vida misma transformandonos segundo a segundo y así disfrutar mucho mejor la vida misma,sintiendo su compañía en las alegrías pero también en las adversidades. Proclamando estos «beneficios» a nuestras flias.y todo ser q tenemos la dicha de mirar …Amén Gloria a Dioa!!!!
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