¿Y por casa…cómo convivimos?


La cuarentena y el confinamiento social que debemos cumplir con motivo de la epidemia del COVID 19,  nos expone, entre otros desafíos, al de lograr una sana y enriquecedora convivencia familiar y comunitaria. Sucede que la inédita situación de aislamiento y encierro forzado, ha hecho confluir de modo permanente y constante a familias y comunidades enteras de personas en un mismo espacio físico; algo que difícilmente se logre en tiempos normales y  de plena actividad, en donde cada uno de los integrantes posee diversos horarios, compromisos, rutinas, etc.,  y el encuentro se produce más esporádicamente.

Y si sumamos que, probablemente, haya núcleos familiares y comunitarios que  arrastren conflictos y dificultades surgidas con anterioridad pero que no fueron tratadas en su momento o quedaban “tapadas”, y que por esta causa hoy quedan al descubierto, la armonía deseada puede verse amenazada y tornarse aún más conflictiva todavía. Para reflexionar acerca de estas cuestiones y analizar nuestra experiencia personal y familiar, compartamos la siguiente propuesta:

-Si se trata de una familia y/o comunidad religiosa, algún integrante puede asumir el rol de guía o animador. Si se trata de una reflexión personal, los mismos pasos y preguntas se pueden aplicar al ámbito individual.

-Observemos detenidamente las dos imágenes (de ser necesario, pueden imprimirse para que pasen de mano en mano de los integrantes de la familia y/o comunidad

Después de visualizarlas, preguntémonos:

-¿Que sucede en cada una de las situaciones que plantean las imágenes?

-¿Qué relación encontramos o creemos que existe entre lo que sucede en una y otra escena?

-¿Cómo describiríamos la situación y la conducta de cada uno de los personajes que intervienen en ambas acciones?

-¿Interpretamos que son tan solo imágenes o que esto ocurre en la realidad?

-¿Cuáles creemos o suponemos que pueden ser las causas que originan estos hechos?

-¿Y cuáles serán las consecuencias posteriores?

Si es posible y conveniente, compartir en el grupo familiar o de la comunidad las respuestas y lo que estas imágenes han generado y despertado en nosotros.

A continuación, traslademos esto a nuestra experiencia personal y familiar/comunitaria:

-¿Encontramos alguna relación entre lo que muestran las imágenes, nuestro acontecer diario y la realidad familiar, grupal, comunitaria, etc.?

-¿Nos vemos/sentimos representados en ellas? ¿Cómo, y por qué?

-De ocurrir algo similar, ¿Cuál suele ser, entonces, nuestra actitud personal? ¿Favorecemos la comunicación y los vínculos? ¿Tratamos de evitar los enfrentamientos y conflictos?

-¿Qué aspectos positivos y negativos hemos descubierto a raíz de esta situación de encierro forzado que estamos viviendo? ¿Qué cosas, descubrimientos, novedades, etc. se nos presentan como desafíos para crecer personal y comunitariamente?

-A su vez, ¿consideramos que esta situación inédita que estamos atravesando nos puede permitir “encontrarnos” o “reencontrarnos” con nosotros mismos, de modo íntimo y personal? 

Para ir finalizando la reflexión, es posible que hayamos visto en estos días a través de los diversos de comunicación a diferentes especialistas y terapeutas brindando diversos consejos, tips, recomendaciones, etc. para sobrellevar la convivencia de manera pacífica y hacerla más saludable. 

¿Recordamos alguno/s en particular, que creamos importante o necesario tener en cuenta para superar estos desafíos que nos plantea la cuarentena? 

¿Hemos descubierto otros aspectos a raíz  de o como conclusión de este ejercicio de reflexión?

Y como se trata de un desafío que se presenta en un escenario novedoso e incierto como el de esta pandemia, es difícil encontrar soluciones inmediatas o “recetas” que  puedan servir y aplicarse a todos por igual. Sin embargo, algunas ideas y recomendaciones pueden servirnos, al menos, para modificar nuestras actitudes personales y comunitarias, y emprender los cambios necesarios. El papa Francisco abordó en más de una oportunidad algunas de estas problemáticas familiares y comunitarias de la vida actual y nos propone estos consejos: 

“Sorprenderse es abrirse a los demás, comprender las razones de los demás: esta actitud es importante para sanar las relaciones comprometidas entre las personas y también es indispensable para sanar heridas abiertas dentro de la familia. Cuando hay problemas en las familias, asumimos que tenemos razón y cerramos la puerta a los demás. En su lugar, uno debe pensar: « ¿Qué tiene de bueno esta persona?» Y maravillarse con eso «bueno». Y esto ayuda a la unidad de la familia. Si tienen problemas en la familia, piensen en las cosas buenas que tiene el familiar con el que tienen problemas, y maravíllense con eso. Y esto ayudará a sanar las heridas familiares”.  (30/12/2018)

 «Para hacer las paces no hace falta llamar a las Naciones Unidas, para que venga a casa a hacer la paz. Basta un gesto pequeño, una caricia: ‘Bueno, adiós, hasta mañana’. Y mañana se comienza de nuevo” (2/4/2014). 

“La familia es un gran gimnasio de entrenamiento en el don y en el perdón recíproco sin el cual ningún amor puede ser duradero. Sin entregarse y sin perdonarse el amor no permanece, no dura. En la oración que Él mismo nos enseñó —es decir el Padrenuestro— Jesús nos hace pedirle al Padre: «Perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden». Y al final comenta: «Porque si perdonáis a los hombres sus ofensas, también os perdonará vuestro Padre celestial, pero si no perdonáis a los hombres, tampoco vuestro Padre perdonará vuestras ofensas» (Mt 6, 12.14-15). No se puede vivir sin perdonarse, o al menos no se puede vivir bien, especialmente en la familia. Cada día nos ofendemos unos a otros. Tenemos que considerar estos errores, debidos a nuestra fragilidad y a nuestro egoísmo. Lo que se nos pide es curar inmediatamente las heridas que nos provocamos, volver a tejer de inmediato los hilos que rompemos en la familia. Si esperamos demasiado, todo se hace más difícil. Y hay un secreto sencillo para curar las heridas y disipar las acusaciones. Es este: no dejar que acabe el día sin pedirse perdón, sin hacer las paces entre marido y mujer, entre padres e hijos, entre hermanos y hermanas… entre nuera y suegra. Si aprendemos a pedirnos inmediatamente perdón y a darnos el perdón recíproco, se sanan las heridas, el matrimonio se fortalece y la familia se convierte en una casa cada vez más sólida, que resiste a las sacudidas de nuestras pequeñas y grandes maldades. Y por esto no es necesario dar un gran discurso, sino que es suficiente una caricia: una caricia y todo se acaba, y se recomienza. Pero no terminar el día en guerra. Si aprendemos a vivir así en la familia, lo hacemos también fuera, donde sea que nos encontremos. Es fácil ser escéptico en esto. Muchos —también entre los cristianos— piensan que se trate de una exageración. Se dice: sí, son hermosas palabras, pero es imposible ponerlas en práctica. Pero gracias a Dios no es así. En efecto, es precisamente recibiendo el perdón de Dios que, a su vez, somos capaces de perdonar a los demás. Por ello Jesús nos hace repetir estas palabras cada vez que rezamos la oración del Padrenuestro, es decir cada día. Es indispensable que, en una sociedad a veces despiadada, haya espacios, como la familia, donde se aprenda a perdonar los unos a los otros”. (4/11/2015)

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